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Azeitão, el enclave portugués donde se transforma la tierra en poesía geométrica

Esta localidad portuguesa esconde tesoros en azulejos en cada calle. Siguen esmaltando, pintando y diseñando como hace siglos, y ahí reside su éxito.

Azeitão, el enclave portugués donde se transforma la tierra en poesía geométrica
Laura Martin
Laura Martin Sanjuan
Cosecha del 81. Licenciada en Periodismo. Desde 2017 en Diario AS. Si hay un directo, estará tecleando. Sino, estará buscando una entrevista, un destino por descubrir o un personaje al que conocer.
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En Azeitão, a las afueras de Setúbal, a solo dos horas de España, el tiempo no pasa; se posa. Las calles, empedradas de memoria, guardan un secreto bajo los pies: las baldosas artesanales, esas pequeñas losas de alma pintada que cuentan, en silencio, la historia de un pueblo que se niega a ser olvidado.

Cada baldosa es un suspiro de los maestros azulejeros, hombres y mujeres cuyas manos, curtidas por el barro y el sol, transforman la tierra en poesía geométrica. Los motivos se repiten: flores azules, espirales doradas, redes de peces estilizados; nunca hay dos iguales, porque en cada una late el pulso de quien la moldeó. No son simples decoraciones; son marcas de identidad, señales de que aquí, en este rincón de Portugal, la belleza no se compra, se labra.

Azeitão, el enclave portugués donde se transforma la tierra en poesía geométrica

Azeitão, el lugar donde se transforma la tierra en poesía geométrica

Esta localidad portuguesa esconde tesoros en azulejos en cada calle. Siguen esmaltando, pintando y diseñando como hace siglos, y ahí reside su éxito.

En la plaza, en la iglesia, al lado de la parada del autobús, en las puertas de una finca, de una Quinta, las baldosas más antiguas han visto pasar siglos: pisadas de campesinos, ruedas de carros cargados de vino de Moscatel. Algunas están gastadas, desgastadas por el roce infinito de los días, pero su color persiste, testarudo, como el olor a almendras tostadas que flota en el aire.

Hoy, cuando el mundo apuesta por lo rápido y lo uniforme, Azeitão resiste. Sus baldosas no se fabrican en serie; se nacen en talleres donde aún se mezclan pigmentos con paciencia alquímica, donde cada golpe de esponja sobre el barro es un diálogo entre el artesano y la tierra. Son un acto de rebeldía: contra el olvido, contra la prisa, contra la idea de que lo útil no puede ser hermoso.

Viajamos a conocer estos rincones con Visit Setúbal y hablamos con uno de los maestros artesanos en un taller, donde nos cuentan que los hornos son la clave, que se testa uno a uno cada azulejo para escuchar cómo suenan, y así saben si están rotos. Cómo los que se esmaltan en blanco necesitan un día de secado. “Portugal nunca dejó de producir artesanía. El 70% de lo que hacemos se exporta, y de eso, más del 60% va a Estados Unidos, donde valoran esta artesanía”, nos cuenta.

El Hotel de Louboutin, se decoró con 10 mil azulejos de su rojo específico, el suelo y la suite principal. En Gabón, en Brazzaville, hay una iglesia decorada con 12 mil azulejos de este taller. Igual que en California, una vivienda privada compró 15 mil azulejos, tres años de trabajo, para realizar la decoración de toda la vivienda.

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Caminar por Azeitão es leer un libro de historia escrito en cerámica. Cada paso descifra un verso: aquí hubo amor por lo bien hecho. Aquí alguien se detuvo a crear, no solo a producir. Aquí, la belleza es deber y herencia. Y mientras el resto de fábricas del mundo escupen toneladas iguales, idénticas, en Azeitão siguen naciendo baldosas únicas, como flores en un jardín que el tiempo no se atreve a marchitar.

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