Bienvenidos a la Hoosier hysteria
Las Finales 2025 de la NBA aterrizan en Indiana, el estado en el que el baloncesto es más que un deporte y la tierra de John Wooden, Larry Bird, Oscar Robertson...


Esta noche (02:30, hora española) las Finales de la NBA desembarcan en el Gainbridge Fieldhouse de Indianápolis, que estaba recién estrenado (todavía como Conseco Fieldhouse) la última vez que se jugó un partido por el título de campeón en Indiana, el estado en el que el baloncesto es mucho más que un deporte. Fue el 16 de junio de 2000, está a punto de cumplirse un cuarto de siglo, y los Pacers, con 57 puntos amasados entre Jalen Rose y Reggie Miller, arrollaron (120-87) a los Lakers de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant. Salvaron el primer match ball, pero no el siguiente en L.A. Los Lakers ganaron el anillo (4-2) en una serie marcada por el poder de Shaquille (promedió 38 puntos, más de 16 rebotes y casi 3 tapones) y abrieron un período de gloria (tres títulos en tres años: el último threepeat que ha visto la NBA) mientras la sombra de los Pacers se difuminaba.
Hasta ahora: 25 años después, una franquicia histórica, de esas que están en los huesos del deporte profesional estadounidense, vuelve a pelear por su primer título en la NBA (ganó tres en la inolvidable ABA, en los setenta). Para ello tendrá que hacer valer el factor cancha recuperado: ahora se juega (esta noche y el viernes) dos veces en Indiana. “El Gainbridge va a hacer mucho ruido”, vaticinó el pívot Myles Turner. A eso se agarra un equipo que fue arrollado en el segundo partido y que, pese al 1-1 con el que cambia de ciudad la serie, solo ha estado por delante en el marcador, entre los dos primeros, un minuto y 53 segundos.
Pero ahora juega en casa y esa es su baza si quiere poner el planeta NBA del revés y superar a los Thunder, el equipo de las 68 victorias (81 ya contando playoffs) al que impulsan una defensa extraordinaria, que va camino de ser legendaria, y un MVP en estado de gracia: Shai Gilgeous-Alexander promedia en la final 36 puntos, 5,5 rebotes, 5 asistencias y 3,5 robos. Y ya tiene el tope de puntos en los dos primeros partidos de cualquier jugador en la pelea final, el asalto al anillo: 72 por los 71 de Allen Iverson y los 69 de Michael Jordan.
Los Pacers necesitan recuperar su juego en transición, tronchado por la tenaza de acero de los Thunder: en el segundo partido el 89,3% de sus ataques fueron en estático, muy por encima del dato más alto de cualquier equipo en la regular season (81,9%, Milwaukee Bucks). Y necesitan, claro, al mejor Tyrese Haliburton: el base, que tiene problemas en una pierna, anotó una canasta inolvidable para decidir el primer partido, pero se estrelló contra un muro en el segundo y promedia en la serie 15,5 puntos, 6,5 rebotes y 6 asistencias por debajo del 34% en triples.
Uno de los hogares del baloncesto
Un cuarto de siglo después, las Finales de la NBA regresan a tierra sagrada, al corazón de la Hoosier Hysteria. Ya se sabe: “para 49 estados, el baloncesto es solo un deporte, pero esto es Indiana”. O aquella, también archifamosa: “el baloncesto se hizo para encajar con Indiana e Indiana se hizo para encajar con el baloncesto”. Todavía como basket ball, el deporte nació (1891) en Massachussets, pero hasta su creador, James Naismith, se tuvo que rendir a lo que vio solo un puñado de años después, en Indiana. “Aquí estoy viendo lo que puede llegar a ser el baloncesto, y es una revelación. Quizá este deporte se inventó en Massachussets, pero se hizo para ser jugado en Indiana”, aseguró en 1925 dentro de un pabellón abarrotado, con miles de personas agolpándose en el exterior, ya sin sitio, antes del inicio de la final del torneo estatal de institutos.
Uno de los discípulos de Naismith, Nicholas McCay, partió desde Springfield como uno de esos evangelizadores que llevaron hacia el Midwest el nuevo invento, debajo del brazo la somera recopilación de sus trece normas básicas. En Crawfordsville, a poco más de 74 kilómetros de donde jugarán esta noche Pacers y Thunder, en un pabellón construido para evocar los templos del baloncesto de instituto que se desperdigan, imponentes, entre los inacabables campos de cereal del estado, se disputó el primer partido organizado en Indiana. El 16 de marzo de 1894, los chicos del YMCA de Crawfordsville ganaron (45-21) a los de Lafayette con más de 300 personas apelotonadas en la grada. La curiosidad les había hecho pagar entrada para ver lo que acabaron definiendo como una especie de “lucha de gladiadores moderna”.
El baloncesto echó raíces en Indiana, una zona mucho más agrícola y sin las grandes ciudades de sus vecinas Illinois, Ohio o Michigan. El béisbol no había calado, y los colegios e institutos eran demasiado pequeños para formar las interminables plantillas que necesitan los equipos de football. Pero ¿reunir a cinco alumnos para que jugaran a ese nuevo basket ball que todavía no permitía ni driblar? Eso era otra cosa.
Ese nuevo juego, además, pensado para poder hacer deporte bajo techo en invierno, no se entrometía con los ciclos agrícolas de la cosecha y la recolección, era apto para solitarios y para pueblos donde no había muchos medios (solo hacía falta una canasta) y no era caro. En 1911 arrancó el torneo de institutos con unos primeros años dominados por los centros de Crawfordsville y alrededores. En 1916 había 204, n 1924 ya 564 y en los años cincuenta, más de 900. Ese torneo, con sus evoluciones y modernizaciones, es parte de la identidad del estado de Indiana, algo que está en la sangre de sus habitantes. La mecha que enciende la Hoosier Hysteria, la locura por el baloncesto de los hoosiers, la gente de Indiana.

La leyenda dice que cuando, en tiempos de los pioneros alguien llamaba a la puerta de una cabaña, desde dentro resonaba un “who’s yere?”. Quién anda ahí. El who’s yere state se convirtió en el hoosier state. La tierra de John Wooden, que jugó en Purdue y luego se hizo inmortal como entrenador (fue elegido el mejor de siempre en América, sin distinguir entre deportes) de UCLA, donde fue invencible con Lew Alcindor (después, Kareem) y Bill Walton. Y de leyendas locales como Damon Bailey y globales como Oscar Robertson (que nació en Tennessee pero llegó allí con 18 meses) y, por supuesto Larry Bird. The Hick of French Lick, el paleto de French Lick. Un tomo, esencial, de la historia del baloncesto. En Crawfordsville, donde estaba el pabellón en el que se jugó el primer partido en serio de Indiana, hay una placa recordatoria junto a lo que ahora es cemento y unas oficinas bancarias: “cradle of basketball”. La cuna del baloncesto.

El Gainbridge Fieldhouse es un puro homenaje a los viejos recintos, aquellos fieldhouse, de baloncesto del estado. Comenzó a construirse en 1997 con un presupuesto de 183 millones de dólares (los Pacers pusieron 57, el resto salió de impuestos y contribuciones de mecenas privados); y abrió en 1999, en el 125 de S. Pennsylvania Street, con ese estilo retro y agrícola, ladrillo y cristal, que encaja con el barrio que lo rodea y con el espíritu que se respira en el estado para el que el baloncesto no significa lo mismo que para los otros 49.
La Hoosier hysteria es todo eso, un pedazo de la historia del baloncesto. El Indiana High School Boys Basketball Tournament, los Hoosiers de Indiana (el equipo que entrenó el complicadísimo Bobby Knight), los Sycamores de Indiana State, con los que jugó Larry Bird contra la Michigan State de Magic Johnson; también, en la NCAA, Purdue, Notre Dame o en los últimos años Butler. Y en el baloncesto profesional, ahora las Fever de Caitlin Clark y los Pacers que eran el orgullo de la ABA (tres títulos en 1970, 72 y 73) y que siguen buscando su primer anillo en la NBA. De los cuatro que cambiaron de liga en el merger, los supervivientes, dos lo han logrado (Spurs y Nuggets) y dos (Nets y Pacers) todavía no. A ver si en unos días...
En 1954, el minúsculo instituto de Milan, con sus 161 estudiantes, desafió a la lógica y ganó el título estatal contra el poderoso Muncie Central. Parte de su historia, al menos la inspiración, viajó hasta 1986 y la inolvidable película Hoosiers, protagonizada por Gene Hackman y dirigida por David Anspaugh. Indiana ha sido, históricamente, el estado con la mejor ratio de producción de jugadores profesionales dada su reducida población (6,4 millones). En los últimos años ha tenido un jugador NBA por cada 150.000 habitantes.
Para consumar su milagro, Milan derrotó en cuartos de final a Crispus Attucks, que un año después (1955) se convirtió en el primer instituto de alumnado negro, de todo el país, capaz de ganar un torneo estatal sin división racial. En 1956 repitió título y lo hizo como el primer instituto de Indiana que completó una temporada sin perder ni un solo partido. Era (en ese histórico tramo 1954-56) el equipo del magnético y desbordante Oscar Robertson, Big O, uno de los jugadores más importantes, dentro y fuera de las canchas, de la historia del baloncesto estadounidense. Todo eso, de Wooden a Robertson y Bird, de Milan y Crispus Attucks a los Hoosiers y los Sycamores, y de Reggie Miller y los Pacers de 2000 a Caitlin Clark y Tyrese Haliburton, empujará hoy en el Gainbridge Fieldhouse, un pabellón rural que hace mucho ruido y en el que nadie broma cuando se habla de baloncesto. Bienvenidos a la Hoosier hysteria.
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