Lamine devora a la competencia
Ganó España, pero el gran vencedor de la noche fue Lamine. Es el mejor futbolista del mundo.

Dos características de la Liga de las Naciones se observaron con claridad en el España-Francia que se jugó en Stuttgart. Por un lado, es una competición que se resuelve en cuatro días y dos partidos, colocada cuando termina la tradicional temporada de los clubs. Es la cirugía exprés de un torneo que no provoca la excitación, ni la presión de un Mundial o una Eurocopa, pero que tiene la virtud de reunir a grandes potencias en la ronda final. Esta vez, España, Alemania, Francia y Portugal, uno de los carteles más lujosos que se puedan montar en el fútbol europeo. Apetecen, por lo tanto. Y apetecen más porque generalmente producen partidos como el España-Francia o el Alemania-Portugal, duelos menos rigurosos que en los torneos mayores, más sueltos y disfrutones, mejor diseñados para los jugadores que para las grandes exigencias tácticas.
Un aire festivo presidió el Francia-España. Nueve goles, cinco de España y cuatro de los ses. Un espasmo continuo de remates y jugadas brillantes. Y, sin embargo, con la nítida sensación de partido importante, liberado de la habitual carga de disciplina por la fatiga de la temporada, que en la mayoría de los jugadores de las dos selecciones les ha exigido un desgaste descomunal hasta última hora. Partido que propició el descontrol y favoreció la brillantez de los más talentosos. Desde esta perspectiva, la Liga de las Naciones es un regalo para los aficionados.
De la Fuente elogió como es debido al equipo y deslizó que conviene aprender de los errores. En los Mundiales esta clase de partidos se ven poco. Prevalece el cuidado de los detalles, el control, la minuciosidad táctica. Los resultados no se istran de la misma manera. La Selección ofreció una versión permisiva en el segundo tiempo que rara vez se ha visto en un Mundial. Se pasó del 5-1 al 5-4 en un pis pas. Lo mismo puede decir Deschamps. Remataron más que nunca, exigieron una gran actuación de Unai Simón, coquetearon con la masacre y salieron del partido con una derrota digerible, además de un debate mediático que se acentúa en Francia: el papel de Mbappé. Años atrás era la coartada para las victorias, ahora es la excusa que justifica las derrotas.
Como el partido derivó hacia las individualidades, Lamine Yamal se erigió en el gran protagonista de la noche. En Francia se reunieron varios jugadores de los futbolistas más aclamados del fútbol actual: Mbappé, Dembélé y el joven Doué, la sensación de la final de la Liga de Campeones. Una vez más, Lamine Yamal les apagó el farol. Ganó España, pero el gran vencedor de la noche fue Lamine, que no quiere dejar dudas. Es el mejor futbolista del mundo. Suena fuerte porque tiene solo tiene 17 años, pero su caso no tiene precedentes, excepción hecha de la eclosión de Pelé en el Mundial de 1958.
Tanto en el Barça como en la Selección, equipos magníficos donde Lamine Yamal ha alcanzado el estatus que solo se reserva a los elegidos del fútbol. Se entregan al joven fenómeno para que les gane los partidos y, más que nada, los partidos grandes, los que marcan el destino de las temporadas. Ya existe en Lamine la autoridad que solo ha estado a disposición de un pequeño grupo de luminarias del fútbol. Es raro que no se apodere de un partido de gran tonelaje. El pasado año, en la Eurocopa, después en la sensacional temporada del Barça y muy particularmente en sus asombrosas actuaciones frente al Inter en la semifinal de la Copa de Europa, Lamine ha demostrado una fascinante capacidad para ocupar el centro del escenario, no importa quién está enfrente. Por si acaso, volvió a demostrarlo contra Francia y su pléyade de estrellas. Terminaron devoradas por este adolescente genial.
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